viernes, 17 de octubre de 2008

Las mujeres desafían a los dioses de la santería cubana

A ritmo de tambores las mujeresdesafían a los dioses
LA HABANA (AFP).— Desafiando preceptos de la religión yorubá, que consagra al hombre la percusión de tambores para adorar a los dioses, Obiní Batá, grupo musical de mujeres, esquivó el veto por la vía del arte, tocándolos con asombrosa destreza y magia heredada de sus ancestros africanos.
Siete mujeres integran el grupo Obiní Batá, que ya se ha presentado en España, Italia, Canadá, Venezuela y Francia, y en noviembre irá a Suecia".
Yemayá danza al ritmofrenético de los batá.
Siete obiní —mujer en lengua yorubá— forman la orquesta cuyo proyecto nació hace unos 12 años en las entrañas del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba, pese a la férrea oposición de los seguidores del culto, sobre todo los omó añá, hombres iniciados para percutir los tres tambores batá.
Mientras delinea el borde de sus ojos para dar mayor intensidad a su mirada, Eva Despaigne, directora del grupo, explica poco antes de salir a escena que, aunque la prohibición está vigente, las mujeres pueden tocar los batá siempre que no sean religiosos o de fundamento.
Vestida de un azul intenso, con una corona que evoca al arco iris, Yemayá es la reina del escenario. Su rostro moreno refleja altivez, sus ojos profundos como la noche expresan dolor, a veces enojo, tristeza o amor.
Con su falda abundante, que hace girar en el centro del salón cual si fuera un remolino, Yemayá es la profundidad del mar. Acariciando a alguien del público, es el consuelo.
Yemayá danza al ritmo frenético de los batá, tocados por tres de las percusionistas del grupo, mientras el resto entona cánticos para adorarla a ella, a Obbatalá, Babalú Ayé y otros orishas (dioses).
"Los tambores de fundamento que acompañan los ritos de esta religión, cantos y bailes que se hacen a los orishas, sólo pueden ser percutidos por un omó añá u olú batá. Nosotros estamos haciendo cultura, arte, y no religión", dice Despaigne, quien podría declarar diez años menos de sus 51 sin que nadie lo ponga en duda.
La prohibición de que las mujeres toquen los tambores no responde a ningún capricho machista, sino a una costumbre religiosa.
Los tambores batá —Iyá el mayor, Itótele el mediano y Kónkolo el más pequeño— están hechos de un madero de cedro que se ahueca y toma forma de reloj de arena, en cuyos extremos se estira el parche elaborado con cuero de chivo, además macho.
La clave está en que el parche es sujetado con tiras del mismo cuero, sin llave de níquel como los Aberícula —no religiosos—, pero sobre todo en la ceremonia en que los tambores son consagrados a una deidad por quien los hizo y los va a tocar, sin que una mujer pueda estar cerca varios metros a la redonda.
"Cuba fue el único país que conservó esos tambores que llegaron, al igual que a Trinidad y Tobago y a Brasil, con los esclavos de Nigeria hace 300 años", explica Armando Jaime, representante de la agrupación.
Lograr que la mujer tocara tambores batá "era una idea novedosa y riesgosa al mismo tiempo, pero tienen una calidad que las ha llevado a presentarse en España, Italia, Canadá, Venezuela y Francia, y en noviembre irán a Suecia", añadió.
"Ahora pasamos menos problemas, pero antes nos decían que no podíamos tocar. Prácticamente consideraban traidores a los hombres que nos enseñaban la percusión", cuenta Despaigne.
Uno de ellos, el cantante y percusionista Luis Chacón, quien se atribuye el mérito de haber pasado los batá de fundamento a la música popular, estaba entre el público esa noche de intenso calor en La Habana, cuando el grupo se presentó en la sede de la Sociedad Cultural Yorubá de Cuba.
"Lo primero que dije fue: ¡Cómo!, ¿las mujeres tocando batá? Me indigné mucho. Pero luego, aunque tuve gente en contra y me criticaron, les enseñé que no son de fundamento. Nadie ha roto esa tradición", dice Chacón, conocido como "Aspirina".
Ataviado con una camisa multicolor, boina roja y en su mano el Iddé —pulso de cuentas rojas y blancas de su orisha protector—, "Aspirina" acude a la velada con un motivo especial. Su nieta Ismarais Chacón, una joven esbelta de 18 años, recién fue integrada al grupo.
Dice sentirse muy orgulloso. Las enseñó sin romper la prohibición. "Hay límites que son inviolables", sentencia con la experiencia de sus 66 años, antes de lanzarse al salón al son de los batá, con un ritmo que sólo él sabe bailar y los orishas interpretar.

No hay comentarios:

Soy una madre cubana feliz